MEDITACIÓN SÉPTIMA / MES DE MARÍA / AÑO
2017
1.
La
Virgen en el Salvador es salvadora.
El canto con que habitualmente
terminamos cada Santa Misa, y que entonan con tanto fervor, está dedicado a la Santísima
Virgen. En parte del estribillo dice: “Madre
del Salvador”. Esta denominación reza una de las letanías lauretanas
dedicadas a María.
El nombre de Jesús significa
“Salvador”, y lo encontramos al menos
unas 540 veces repetido a lo largo de la
Santa Biblia. En efecto, una vez que Jesús nació en
Belén, el Ángel del Pesebre les dijo a los pastores: “Les traigo una gran alegría, que es para todo el pueblo, pues os ha
nacido hoy un salvador que es el Mesías Señor” (San
Lucas II, 10).
La expresión “salvación” es fundamental en toda la
Sagrada Escritura. Ella, en todo momento dice relación con el acto de “escapar” o de “ser liberado de un peligro”, que de suyo es considerado como una
realidad importante y nociva, puesto que encierra un cierto grado de peligro de
muerte.
Sabiendo que como
consecuencia desde el pecado original cometido por nuestros primeros padres,
entró el mal en el mundo, uno de los cuales es el sin fin de cadenas que atan
nuestra alma. Pues bien, la primera y
mayor esclavitud de la que debemos ser rescatados es la del pecado, las
cuales son aquellas ofensas conscientemente cometidas que
ofendan a Dios y terminan afectando a la sociedad.
En efecto, cuando el
pecado anida en nuestro corazón reina la tristeza, la división, y la mentira. Por
ello, es necesario salir de esa realidad
por medio de la recepción frecuente del sacramento de la confesión.
Nada hay más urgente para
nosotros y los demás que permanecer en estado de gracia de Dios o recuperarla
una vez que la hemos perdido a causa de un sólo pecado grave.
Un gran santo devoto de
la Virgen María fue Santo Domingo de Guzmán. Hacia el año 1208 se encontraba predicando en la región de Languedoc (Francia),
al interior de una pequeña localidad donde no sacaba ningún provecho
aparentemente: Apatía, frialdad, persecución, desconfianza, desenfrenos, y sobre
todo, persistentes herejías.
Todo ello provocó en el
corazón de Santo Domingo un espíritu de desolación, ante lo cual, como creyente
que era, una vez más suplicó a la Santísima Virgen.
La respuesta no tardó.
Llegó prontamente. Y, la Virgen le respondió
que su oración predilecta era el Santo Rosario y el rezo del Ave María. Así
lo hizo, y prontamente se puso a rezarlo, obteniendo –con ello- numerosas
conversiones y descubrió que las controversias puestas a los pies de la Virgen
simplemente desaparecían.
Es que una madre siempre
procura que sus hijos vivan inmersos en la verdad despreciando la mentira, una
madre en todo momento desea que los hijos permanezcan unidos en la confesión de
una misma fe. ¡Qué bien viven los hijos así! Para ello
es necesario “mirar juntos lo mismo”
y “vivir del mismo espíritu”
practicando con plena fidelidad y sin recortes antojadizos aquella fe recibida
en el bautismo.
Nuestra Señor por medio
de su Pasión y Muerte nos ha salvado y liberado de la culpa del pecado. Nuestra culpa hizo subir a Cristo en la
cruz, su gracia desde allí nos perdonó pagando con su sangre el precio de
nuestra libertad.
Por ser Madre de Dios, es
Madre de Cristo que nos salva…entonces, con toda propiedad la llamamos -bajo el título de su misión en
medio de nuestro- como: “La Madre del
Salvador”.
En el momento cumbre en la cumbre (del Calvario), hay
un antes y un después en la realidad del pecado y de la gracia. Allí se
ejecuta la redención del hombre donde Jesús paga
a Dios Padre por cada uno de nosotros, por eso une a su Madre en el misterio “perdonador” y “sanador”. Santa María asiste a su Hijo y Dios al pie
de la Cruz: Le acompaña, le anima, le fortalece de manera eficaz y en silencio.
En ese momento es corredentora, es
decir salva con su Hijo, redime con su Hijo, ama con su Hijo.
Un discípulo de Santo Domingo,
en un hermoso texto señala “cómo la
plenitud de la gracia aumentó en la Virgen considerablemente en los diversos misterios
de la vida de Jesús, y cuando asistía y
comulgaba en la Santa Misa de san Juan”. (“La Madre del
Salvador y Nuestra Vida Interior”, de Reginald Garrigou-Lagrngr, O.P página
131). Si en Ella, la realidad del mismo sacrificio del Calvario y de la misa, le obtuvieron tantas bendiciones, ¿cuántas no
dejaremos de recibir si acaso somos fieles y piadosos a todo este Mes Bendito?
Nuestros actos de piedad
se diferencian respecto a quien lo tributamos: A Dios, a la Santísima Virgen, a
los Ángeles, a los Santos. El amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es primero y único, es un
acto de adoración –pues solo Dios es adorable- al que llamaremos “culto de latría”; el acto de veneración
dado a la Virgen es “muy especial” por ello lo llamamos “hiperdulía”, y el tributado a los Santos y ángeles es de “dulía” (particular, especial,
específico), por la grandeza de sus virtudes.
El amor dado a la Virgen
nos aparta efectivamente del pecado, nos aleja de la tentación, y nos incita a
realizar -como espontáneamente- más obras de caridad, sin que cueste en demasía
dar de nuestro tiempo y de nuestros bienes. La Virgen nos
invita a ser generosos con todos y en todo lo que se refiera a buscar la
salvación de los demás.
Cada uno de nosotros le
fue encomendado a la Santísima Virgen por Jesús desde la Cruz cuando dijo: “Mujer ahí está tu hijo, y el apóstol la
recibió en su hogar”. ¡En este mes completo recibimos a la Virgen María en
nuestro corazón!
2. ¿Cómo ayudar en la salvación de
nuestros amigos y familiares?
a).
Participando de los sacramentos: Cuando uno viaja en
avión las azafatas le dicen a los pasajeros que van con niños que primero se
coloquen el oxígeno los adultos y luego lo hagan a los niños ¿Por qué? Porque
una persona no puede rescatar a otra en medio de una emergencia sin acaso no está
seguro de poder hacerlo. Dice Jesús que “un
ciego no puede guiar a otro ciego, pues ambos caerán a un hoyo”. De modo
similar hemos de comulgar pidiendo por nuestra salvación primero, e inmediatamente
por la de los demás, entendiendo que mientras más cerca estemos del Señor en la
Santa Eucaristía obraremos mejor con el prójimo. ¡Cercanos para acercar y
testigos para testimoniar!
b).
Rezando por ellos: Si Dios nos da esta oportunidad tan hermosa
de tener la Santa Misa y el rezo del Mes de María de manera diaria, es porque
nos quiere mucho, y por tanto, espera mucho de cada uno de nosotros.
Recordemos que la Misa
es como una “explosión de bendiciones”
que Dios da al mundo entero. Todos los días podemos rezar por un familiar, un compañero,
un amigo, o un vecino…por alguien que necesita de esa plegaria. Tan simple
como hacer una lista diaria de intenciones…y finalizaremos este Mes de María
habiendo rezado por muchos de ellos. ¡El rezo del Ave María acorta la
distancia del cielo a la tierra!
c).
Ofreciendo sacrificios: Durante este Mes de María, podemos aprender a sacrificarnos en pequeños detalles por la salvación de nuestros
amigos. Pensemos que si estuviera de nuestras manos evitar que un compañero de
curso quede repitiendo, qué cosa no dejaríamos de hacer para que ello no
ocurriera. Quizás, haber puesto más
atención en clases, no haber distraído en la sala al que le iba mal, haber
hecho el esfuerzo de estudiar en grupos. Por otra parte, en este Mes Bendito
hemos de ayudar más en la casa en las labores propias del hogar, toda vez que
se debe notar que quienes rezamos, comulgamos, también leemos en la Santa Biblia que “Jesús no vino a este mundo a ser servido sino que vino a servir”.
d).
Organizando actividades novedosas: Aquí aplicamos el
criterio distinto al de los aviones…usamos ejemplo de los barcos que se hunden…Si…”los demás primero“ al momento de subir
a los botes, esto quiere decir que, nuestros “gustos” y “ganas” expuestas ante la
salvación de los demás se deben posponer por el bien superior que es la salvación
del alma.
Recordemos que el “apostolado del alma es el alma de todo
apostolado”, por lo que nuestro tiempo lo colocamos al servicio de acercar
a nuestros amigos a Jesús, a la Virgen y
a nuestra Iglesia. Y lo haremos de modo creativo buscando oportunidades,
para insertar el deporte, la acción, con la piedad y el espíritu de sacrificio.
Recuerden que el mejor
apóstol de los niños, son los mismos niños; que el mejor apóstol de un joven es
otro joven que no se avergüence de manifestar en primera persona su identidad
de católico, no a la manera de sí mismo sino a la manera de Cristo y de su
Iglesia. ¡El católico a su manera no es católico!
Finalmente, acudamos
confiadamente a los pies de la imagen de la Virgen María, Madre de este Salvador que si salva, que si redime, que si
nos da la gracia de la verdadera libertad ¡Que Viva Cristo Rey!
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