domingo, 19 de noviembre de 2017

“MADRE DEL SALVADOR”

 MEDITACIÓN SÉPTIMA / MES DE MARÍA / AÑO 2017

1.     La Virgen en el Salvador es salvadora.




El canto con que habitualmente terminamos cada Santa Misa, y que entonan con tanto fervor, está dedicado a la Santísima Virgen. En parte del estribillo dice: “Madre del Salvador”. Esta denominación reza una de las letanías lauretanas dedicadas a María.
El nombre de Jesús significa “Salvador”, y lo encontramos al menos unas 540 veces repetido a lo largo de  la Santa Biblia. En efecto, una vez que Jesús nació en Belén, el Ángel del Pesebre les dijo a los pastores: “Les traigo una gran alegría, que es para todo el pueblo, pues os ha nacido hoy un salvador que es el Mesías Señor” (San Lucas II, 10).  
La expresión “salvación” es fundamental en toda la Sagrada Escritura. Ella, en todo momento dice relación con el acto de “escapar” o de “ser liberado de un peligro”, que de suyo es considerado como una realidad importante y nociva, puesto que encierra un cierto grado de peligro de muerte.

Sabiendo que como consecuencia desde el pecado original cometido por nuestros primeros padres, entró el mal en el mundo, uno de los cuales es el sin fin de cadenas que atan nuestra alma. Pues bien,  la primera y mayor esclavitud de la que debemos ser rescatados es la del pecado, las cuales  son  aquellas ofensas conscientemente cometidas que ofendan a Dios y terminan afectando a la sociedad.

En efecto, cuando el pecado anida en nuestro corazón reina la tristeza, la división, y la mentira. Por ello,  es necesario salir de esa realidad por medio de la recepción frecuente del sacramento de la confesión. 

Nada hay más urgente para nosotros y los demás que permanecer en estado de gracia de Dios o recuperarla una vez que la hemos perdido a causa de un sólo pecado grave.

Un gran santo devoto de la Virgen María fue Santo Domingo de Guzmán. Hacia el año 1208 se encontraba  predicando en la región de Languedoc (Francia), al interior de una pequeña localidad donde no sacaba ningún provecho aparentemente: Apatía, frialdad, persecución, desconfianza, desenfrenos, y sobre todo, persistentes herejías.

Todo ello provocó en el corazón de Santo Domingo un espíritu de desolación, ante lo cual, como creyente que era, una vez más suplicó a la Santísima Virgen.

La respuesta no tardó. Llegó prontamente.  Y, la Virgen le respondió que su oración predilecta era el Santo Rosario y el rezo del Ave María. Así lo hizo, y prontamente se puso a rezarlo, obteniendo –con ello- numerosas conversiones y descubrió que las controversias puestas a los pies de la Virgen simplemente desaparecían.

Es que una madre siempre procura que sus hijos vivan inmersos en la verdad despreciando la mentira, una madre en todo momento desea que los hijos permanezcan unidos en la confesión de una misma fe. ¡Qué bien viven los hijos así! Para ello es necesario “mirar juntos lo mismo” y “vivir del mismo espíritu” practicando con plena fidelidad y sin recortes antojadizos aquella fe recibida en el bautismo.

Nuestra Señor por medio de su Pasión y Muerte nos ha salvado y liberado de la culpa del pecado.  Nuestra culpa hizo subir a Cristo en la cruz, su gracia desde allí nos perdonó pagando con su sangre el precio de nuestra libertad.      
                                                  
Por ser Madre de Dios, es Madre de Cristo que nos salva…entonces, con toda propiedad  la llamamos -bajo el título de su misión en medio de nuestro- como: “La Madre del Salvador”.

En el momento cumbre en la cumbre (del Calvario), hay un antes y un después en la realidad del pecado y de la gracia. Allí se ejecuta la redención del hombre donde Jesús paga a Dios Padre por cada uno de nosotros, por eso une a su Madre en el misterio “perdonador” y “sanador”.  Santa María asiste a su Hijo y Dios al pie de la Cruz: Le acompaña, le anima, le fortalece de manera eficaz y en silencio. En ese momento es corredentora, es decir salva con su Hijo, redime con su Hijo, ama con su Hijo.

Un discípulo de Santo Domingo, en un hermoso texto señala “cómo la plenitud de la gracia aumentó en la Virgen considerablemente en los diversos misterios de la vida de Jesús,  y cuando asistía y comulgaba en la Santa Misa de san Juan”. (“La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior”, de Reginald Garrigou-Lagrngr, O.P página 131). Si en Ella, la realidad del mismo sacrificio  del Calvario y de la misa,  le obtuvieron tantas bendiciones, ¿cuántas no dejaremos de recibir si acaso somos fieles y piadosos a todo este Mes Bendito?

Nuestros actos de piedad se diferencian respecto a quien lo tributamos: A Dios, a la Santísima Virgen, a los Ángeles, a los Santos. El amor a Dios Padre,  Hijo y Espíritu Santo es primero y único, es un acto de adoración –pues solo Dios es adorable- al que llamaremos “culto de latría”; el acto de veneración dado a la Virgen es “muy especial” por ello lo llamamos “hiperdulía”, y el tributado a los Santos y ángeles es de “dulía” (particular, especial, específico), por la grandeza de sus virtudes.  

El amor dado a la Virgen nos aparta efectivamente del pecado, nos aleja de la tentación, y nos incita a realizar -como espontáneamente- más obras de caridad, sin que cueste en demasía dar de nuestro tiempo y de nuestros bienes. La Virgen nos invita a ser generosos con todos y en todo lo que se refiera a buscar la salvación de los demás.

Cada uno de nosotros le fue encomendado a la Santísima Virgen por Jesús desde la Cruz cuando dijo: “Mujer ahí está tu hijo, y el apóstol la recibió en su hogar”. ¡En este mes completo recibimos a la Virgen María en nuestro corazón!


2.     ¿Cómo ayudar en la salvación de nuestros amigos y familiares?

a). Participando de los sacramentos: Cuando uno viaja en avión las azafatas le dicen a los pasajeros que van con niños que primero se coloquen el oxígeno los adultos y luego lo hagan a los niños ¿Por qué? Porque una persona no puede rescatar a otra en medio de una emergencia sin acaso no está seguro de poder hacerlo. Dice Jesús que “un ciego no puede guiar a otro ciego, pues ambos caerán a un hoyo”. De modo similar hemos de comulgar pidiendo por nuestra salvación primero, e inmediatamente por la de los demás, entendiendo que mientras más cerca estemos del Señor en la Santa Eucaristía obraremos mejor con el prójimo. ¡Cercanos para acercar y testigos para testimoniar!

b). Rezando por ellos: Si Dios nos da esta oportunidad tan hermosa de tener la Santa Misa y el rezo del Mes de María de manera diaria, es porque nos quiere mucho, y por tanto, espera mucho de cada uno de nosotros.

Recordemos que la Misa es como una “explosión de bendiciones” que Dios da al mundo entero. Todos los días podemos rezar por un familiar, un compañero, un amigo, o un vecino…por alguien que necesita de esa plegaria. Tan simple como hacer una lista diaria de intenciones…y finalizaremos este Mes de María habiendo rezado por muchos de ellos. ¡El rezo del Ave María acorta la distancia del cielo a la tierra!

c). Ofreciendo sacrificios: Durante este Mes de María, podemos aprender a sacrificarnos en pequeños detalles por la salvación de nuestros amigos. Pensemos que si estuviera de nuestras manos evitar que un compañero de curso quede repitiendo, qué cosa no dejaríamos de hacer para que ello no ocurriera. Quizás,  haber puesto más atención en clases, no haber distraído en la sala al que le iba mal, haber hecho el esfuerzo de estudiar en grupos. Por otra parte, en este Mes Bendito hemos de ayudar más en la casa en las labores propias del hogar, toda vez que se debe notar que quienes rezamos, comulgamos, también leemos en la Santa  Biblia que “Jesús no vino a este mundo a ser servido sino que vino a servir”.

d). Organizando actividades novedosas: Aquí aplicamos el criterio distinto al de los aviones…usamos ejemplo  de los barcos que se hunden…Si…”los demás primero“ al momento de subir a los botes, esto quiere decir que,  nuestros “gustos” y “ganas” expuestas ante la salvación de los demás se deben posponer por el bien superior que es la salvación del alma.

Recordemos que el “apostolado del alma es el alma de todo apostolado”, por lo que nuestro tiempo lo colocamos al servicio de acercar a nuestros amigos a Jesús, a la Virgen  y a nuestra Iglesia. Y lo haremos de modo creativo buscando oportunidades, para insertar el deporte, la acción, con la piedad y el espíritu de sacrificio.

Recuerden que el mejor apóstol de los niños, son los mismos niños; que el mejor apóstol de un joven es otro joven que no se avergüence de manifestar en primera persona su identidad de católico, no a la manera de sí mismo sino a la manera de Cristo y de su Iglesia. ¡El católico a su manera no es católico!

Finalmente, acudamos confiadamente a los pies de la imagen de la Virgen María, Madre de este  Salvador que si salva, que si redime, que si nos da la gracia de la verdadera libertad ¡Que Viva Cristo Rey!
      
      




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