jueves, 2 de noviembre de 2017

¡Qué viva Cristo Rey!

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY   /   AÑO   2017.

      ¡Universa vanitas omnis homo vivens!

Nuestro Año Litúrgico llega a su fin. Lo hacemos con la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, en quien “todas las cosas son recapituladas”, pues “fueron creadas por Él y para Él”. El universo entero descubre su sentido más hondo, desde, en y hacia la persona de Jesucristo.

Los reyes de este tiempo no gozan de gran prestigio, en ocasiones,  a causa de evidentes desméritos personales y en otras por el ansia enfermiza del voluntarismo que se alza contra todo atisbo de autoridad.  En cualquier caso, nuestra cultura no está habituada a compartir actualmente con los poderes de una realeza.

Nuestra sociedad no tiene cercanía con figuras reales, de las cuales,  se conoce por los diversos y múltiples escándalos familiares, por su afición a los deportes extremos, y por  las extravagancias de sus actos y vestimentas…

¡Universa vanitas omnis homo vivens! Todo hombre viviente es pura vanidad.
Ante la presencia de Nuestro Señor  las grandezas humanas se disuelven, de modo semejante a como las tinieblas se evaporan ante la irrupción de los primeros rayos del sol.

Aunque en ocasiones parezca ser interminable, nunca la noche tiene la última palabra ni es capaz de silenciar la alborada de cada amanecer. Los afanes del mundo, las vanidades en la vida social, los estereotipos y costumbres secularistas, de nuestra sociedad construida obstinadamente de espaldas a los designios del Señor, pueden tener voz y hasta  resonar estruendosamente pero no dirán la última palabra. Esa la dice Cristo y los suyos.

Para nosotros los católicos, y para el mundo entero, la Santa Misa es un amanecer que ahonda perennemente el cumplimiento de la promesa hecha por Jesús en la Ultima Cena: “Yo estaré junto a vosotros hasta el fin del mundo”. Se ha quedado en medio nuestro no de manera figurada o aparente, encerrada en el límite del simbolismo y de lo posible…

Es una realidad: Las especies eucarísticas presentes en el ofertorio son, luego de la consagración, el verdadero cuerpo, sangre, y alma del Señor, por lo que al momento de acercamos a comulgar, lo hacemos de rodillas porque recibimos la persona de Cristo en nuestra vida.
SACERDOTE JAIME HERRERA VALPARAÍSO


No nos aceramos a “algo bendito” sino que comulgamos al Autor de toda bendición, asumiendo lo que la Palabra de Dios sentencia: “Al solo nombre de Jesucristo toda rodilla se doble, en el cielo,  en la tierra y en todo lugar”.

Por eso,  la actitud de hacerlo de rodillas es un reconocimiento a la realeza del Señor que no sólo sobrepasa las apariencias de este mundo sino que lo encamina y gobierna para siempre.

2.     ¡Que Viva Cristo Rey!
Como acontece con las grandes verdades de nuestra fe, muchas veces –estas- son explicitadas por el Magisterio de la Iglesia en determinadas épocas de la historia a causa de la necesidad de las inteligencias y de las voluntades en orden a enmendar el rumbo, tantas veces extraviado; y con el fin de agilizar aquella conversión cansinamente postergada por la molicie, el descuido y la simple comodidad.

“Convertíos porque el Reino de Dios ha llegado” (San Mateo IV, 17). El cambio de vida es siempre una necesidad, por lo que es algo urgente, toda vez que una sola persona que se condene, constituye una realidad que clama a todos los creyentes, con las palabras del Antiguo Testamento: ¿Dónde está tu hermano?.

En efecto, ¡Las almas no pueden esperar! ¡Es hoy el tiempo de la conversión!
El Reino de Cristo en el mundo pasa por la conversión de cada uno en la riqueza inconmensurable de lo cotidiano, no buscando los adornos de este mundo: poderes, placeres, quereres, teneres, sino procurando vivir el programa dado por nuestro Señor al inicio de su predicación  en la nueve Bienaventuranzas.

Uno de los actos litúrgicos más frecuentes que hacemos, es sin duda, la signación: al inicio y fin de la Santa Misa, en medio de la celebración al culminar el rezo del Gloria y Credo, y muy especialmente,  antes de la proclamación del santo evangelio, donde hacemos la señal de la cruz en la frente, los labios y el corazón, con el fin que nuestra vida entre en sintonía con las enseñanzas que vamos a recibir de Jesús.

El silencio del gesto evidencia las palabras: “Habla Señor,  que tu siervo escucha(1 Samuel III, 9). Con ello, reconocemos a Jesús Rey anhelando que por medio del apostolado seamos testigos convencidos y convincentes implorando que impere en nuestra inteligencia, que reine en nuestra voluntad; y domine en todo nuestro corazón.

Este acto de signarnos es una ofrenda que se da: al reconocer a la Santísima Trinidad, en la Persona del Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha creado, redimido y santificado. Un saludo que damos solo a Dios, que a su vez constituye un acto de fe en su poder y misericordia. Además, el gesto de la signación implica una invocación de sumisión de quien sabe que todo lo recibido viene de su mano providente, que cuida y defiende, a quien procura serle fiel. ¿Qué tenemos que nos haya sido dado?

La instauración de esta solemnidad litúrgica es imposible no descubrirla de la mano con el clamor dado por aquellos mártires mexicanos de inicios del siglo pasado, quienes al momento de ir al martirio gritaban: “Que Viva Cristo Rey”. Como en el pasado, la “sangre de los mártires fue semilla de nuevos cristianos(Tertuliano, Apologeticus pro christianis, L.13) y develó que el camino de la persecución, cuando se ofrece a Dios, constituye una nueva senda de purificación y mayor perfección para la vida de toda nuestra Iglesia, a imagen del sacrificio hecho por Nuestro Señor,  el cual,  nunca fue más poderoso que cuando -a los ojos del mundo- pareció más débil…”Cuando soy débil,  entonces soy fuerte” (2 Corintios XII, 10).


CAPELLÁN SAINT PETER’S SCHOOL
    ¡Que reine el Rey!
En la oración cotidiana del Padre Nuestro imploramos fervientemente “Adveniat regnum tuum” (que venga tu Reino), lo cual,  constituye el mayor beneficio que podemos anhelar para nosotros y para los más necesitados, toda vez que no hay mayor pobreza que la de no tener a Dios en el corazón. Entonces, nuestra oración busca que Cristo reine, en todo y en todos, no quedando rincón oculto en el corazón y en la vida social en el cual los designios de Cristo Rey dejen de prevalecer.

Los tiempos de vaguedad en las certezas, del debilitamiento de la voluntad, y de la esclavitud de tantos corazones ameritan una renovada consagración personal y familiar hacia la persona de Jesucristo, a quien en este día honramos especialmente en su realeza, respondiendo con los actos la pregunta del mundo inicuo: “¿Acaso eres rey?...Si, yo soy Rey, pero mi reino no es de este mundo”.

Reine en nuestra inteligencia: Él se declaró como “el camino, la verdad y la vida”, con lo cual nos enseña que es inseparable la vida de la verdad, por lo que constituye una verdadera blasfemia la acción de separar nuestra realidad de creyentes bautizados,  de  nuestra pertenencia a la vida social y pública. El germen de sacar a Cristo de la vida del mundo está incoado en la separación de la fe y la vida, de la Iglesia y del estado, y de la vida pública y privada.

Para el católico, que se esfuerza del “determinada determinación” (Santa Teresa de Ávila)  para vivir su fe, la persona de Jesucristo no constituye una opinión asumida ni una opción tomada. Nuestra identidad católica no sale del consenso ni será fruto de un acuerdo. Es una certeza que se tiene, un don recibido, y que se ofrece al mundo con la fuerza de ser lo más necesario, puesto que. “la fuerza de la verdad es que es verdad”, y esta verdad no es atributo del poder sino que lo es de la virtud.

Reine en nuestra voluntad: La “dictadura del relativismo” (Benedicto XVI) lleva a sinnúmero de almas a dejarse seducir por los ídolos que siempre se oponen a los designios de Dios. Debemos tener presente que sólo teniendo una vida espiritual seria, en la cual nuestra piedad sea relevante y no quede reducida a las prácticas religiosas que el tiempo sobrante nos permita sino que primeree nuestra agenda como lo más importante y necesario, sin la cual no es posible crecer en santidad y virtud.

La voluntad se fortalece una vez que Cristo reina en nuestros actos, para ello,  no debemos pensar en ser los últimos que nostálgicamente reservemos un tesoro, sino los primeros en ofrecer el esplendor de la verdad que no tiene fecha ni circunstancia de vencimiento, porque es eterna. En cambio, la tibieza espiritual conlleva la arrogancia del voluntarismo y la debilidad de la voluntad, tan característica de la atmosfera cultural y religiosa de nuestra Patria.

  CURA DIÓCESIS DE VALPARAÍSO CHILE

Reine en nuestro corazón: La lectura del relato de la Pasión nos muestra que Cristo no ahorró detalle alguno para mostrarnos que la medida de su amor es que no tiene medida, lo cual,  nos permite confiar plenamente en el seguimiento de su caminar. ¡Sabemos en quien hemos confiado! Sin duda, la capacidad infinita para amarnos que tiene Cristo hace que ocupe un lugar principal en nuestros afectos, toda vez que “amor con amor se paga” y a Él, en este día y en nuestra vida sólo podemos decirle: ¡Que Viva Cristo Rey!

  

    

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