HOMILÍA MISA EXEQUIIAL / SRTA. VANIA MELINA ARAYA /
NOVIEMBRE 2017
Queridos hermanos: Don
Alberto Godoy Jiménez y doña María Araya de Godoy; estimadas: Eyleen, Yennifer,
Melani; y Matías. Queridos miembros del Colegio Alberto Hurtado.
Hace unos días veíamos
por televisión la entrevista del hombre más anciano del mundo, que vive en
Chile. Al ser consultado sobre cómo había llegado a cumplir casi ciento
veinte años. Respondió que para ello
tomaba un vaso de Coca Cola al día. Si fuese tan fácil vivir tanto tiempo ¿Por
qué no hacer todos lo mismo? Ciertamente, hace falta tener algo más que una
gaseosa no para vivir más años sino para tener vida verdadera.
Bien sabemos que no es
importante la cantidad de años que se cumplan sino la capacidad de fidelidad
con Dios lo que valoriza –finalmente- nuestras acciones y palabras, tal como
leemos en la Santa Biblia: “Vuestras
obras os precederán”…”por sus frutos los conoceréis” (San
Lucas VI, 43-44). En efecto, “en el atardecer de nuestra vida seremos juzgados por el amor” (San
Juan de la Cruz).
Por una parte está el anhelo
por alcanzar una vida trascendente y por otra la inminencia de constatar
diariamente lo perecedero de nuestras acciones, las cuales en el contexto
de los que son nuestros días insertos en el universo, no pasan de ser un instante. Bellamente señala
el salmista que nuestros días son como “flor
del campo” (Salmo CIII, 15)
un
día está y al siguiente ya ha partido.
Todo lo que perciben
nuestros sentidos es perecedero, tienen un comienzo que tempranamente indica su
término. Las evidencias de nuestra vida pasajera son múltiples, una de las cuales
es la que experimentamos al contemplar los ecos de la partida de un ser
querido, con todo lo que ello implica.
De pronto, cuando creemos
lo que por todas partes se nos anuncia, en orden a realizar nuestra vida como
para definitivamente instalarnos en este mundo que pasa, despertamos y constatamos
que realmente no es así, y que nuestra vida es un caminar breve que pasa por la
apertura de la puerta que deja entrever la realidad que hoy nos ha convocado a
este lugar sagrado: rezar por el eterno descanso de un ser querido.
Múltiples cuestionamientos
surgen en nuestro corazón a esta hora. Asumiendo que no iremos un segundo antes
ni después de lo que el Señor disponga, entendemos que no hay una época determinada
para partir de este mundo, pues dependiendo de dónde nacemos hay más
posibilidades de vivir más tiempo, de hecho hay treinta años más de vida en un
continente en relación al que tiene menos y, quienes llevamos un tiempo generoso en esta
querida comunidad parroquial de barrio, hemos visto en dos décadas morir a recién nacido,
a niños pequeños, a adolescentes y jóvenes como es el caso de nuestra hermana
Vania. Sin duda, los padres y mayores siempre pensamos partir antes que las
generaciones que nos anteceden.
Es un hecho que hoy
asumimos, pues, la voluntad de Dios
nos habla con la partida de la joven Vania, en orden a centrar nuestra vida en
lo que no pasa de moda, en lo que no tiene límites, en lo que no tiene
duración, es decir, en el amor de Dios
que siempre puede más, y que ha vencido de una vez para siempre el aparente
poder omnímodo de la muerte.
Si hermanos: La muerte
no tiene la última palabra, porque Cristo la venció al resucitar al tercer día
y mostrarse vivo en medio nuestro, tal como lo hizo ante sus discípulos el primer
día de la semana.
Cada uno de los que
estamos aquí podemos vernos reflejados en la actitud de quienes al tercer día
del episodio del calvario vieron el sepulcro vacío: ellos “vieron y creyeron”, sus vidas tuvieron un cambio definitivo.
Las dudas, las tristezas, los temores quedaron atrás una vez que vieron al
Señor y le dejaron entrar en sus vidas, no de manera figurada sino “real y substancial” tal como acontece
en cada celebración eucarística.
De modo especial, lo
constatamos en el episodio de los jóvenes peregrinos de Emaús que develan su desazón
ante los acontecimientos de aquel Viernes Santo…”van tres días y nada ha pasado y nada ha pasado”. Hoy, hemos
visto transcurrir varios días desde que nuestra hermana salió de su hogar, y las
lágrimas de dolor sólo pueden cambiar en nuestros ojos por la esperanza de la
bienaventuranza prometida por Jesús en vistas a que “todo aquel que crea con fe vida vivirá para siempre”.
En la habitación de Vania
hay un crucifijo artesanal, salido de las propias manos de ella. Un día en
sus manos sostuvo este sencillo pero elocuente signo, que antaño fue de dolor y
sufrimiento y que teniendo a Cristo pendiente en él se nos muestra como “estandarte de victoria” y “árbol de la vida” perenne.
Desde la cruz entendemos
la vida humana en todos sus misterios, puesto que Jesús es quien descifra nuestras dudas y responde
a cada una de nuestras inquietudes. Por eso, con fuerza repetía Santa Teresa
de Calcuta que “cuando una persona sufre
no es alguien a quien Dios abandonó sino que es alguien en quien Dios habló”.
Y, ahora nos habla en
vistas a edificar nuestras vidas colocando la presencia de Jesús y su Palabra
en el primer lugar y en todas nuestras actividades. El Señor no quiere ser un peregrino o forastero más que
llegue ocasionalmente a nuestra vida, sino que quiere “permanecer unido a nosotros”. ¡Huésped, no visita!
Jesús nos habla para que aprendamos
a crecer juntos en la fe, con el fin que su luz irradie lo más recóndito de
nuestra conciencia e impregne con su fuerza tantos rincones de nuestra sociedad
en los cuales el nombre de Cristo
permanece casi proscrito.
Asumamos a esta hora el
desafío de dar a conocer un estilo de vida nuevo, donde nuestra realización
pase por la gradual configuración con la persona de Jesucristo, hasta poder
decir un día, junto con el Apóstol San Pablo: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”
(Gálatas II, 20).
Así, revestidos de los
sentimientos y acciones del Señor, la
pretensión de alzar un mundo separado de Dios será superada por la humilde pero
perseverante confesión de fe que nos hable en la vida presente de aquella que
es para siempre.
Entonces, el hecho de “pensar en el cielo” y “en la vida eterna” no es marginarse de
la actualidad, como evadiéndola y menospreciándola, sino, por el contrario, es darle su real
importancia y trascendencia, hasta descubrir que en cada jornada, que en
cada acción se juega nuestra eternidad, tal como nos recordaba el fundador de
nuestro Colegio, San Alberto Hurtado: “La
vida fue dada para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo y la eternidad
para poseerlo”.
En medio de esta búsqueda
cada creyente está llamado a ser apoyo para los que vamos de camino, particularmente
a los más débiles, a los más enfermos, a los más lejanos, haciendo realidad
la invitación del Señor que “no vino a
ser servido sino a servir” (San Marcos X, 45).
Nuestra hermana Vania,
por la que rezamos hoy, fue presidenta de curso, para lo cual, en todo momento,
tuvo una actitud proactiva para lo cual: colaboraba en cuanto taller podía,
organizaba diversos eventos, donde su identificación con el Colegio Alberto
Hurtado estuvo signada por el espíritu de servicio que para ella fue
permanentemente un imperativo.
Invoquemos a la Virgen
María, ante cuya imagen patronal celebramos nuestra Misa de Exequias, y en cuyo
manto protector de Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro fue incorporada
al sacramento del bautismo, que goce de la paz de los bienaventurados, tenga el
Señor misericordia de sus faltas, y conceda consuelo espiritual a sus
familiares y amigos que tan numerosamente –con
tanta piedad y respeto- la han
querido acompañar con su plegaria y sacrificios en este día. ¡Que Viva Cristo
Rey!
SRTA.
VANIA ARAYA ( QEPD +14/11/2017)
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