domingo, 19 de noviembre de 2017

“VUESTRAS OBRAS OS PRECEDERÁN”

 HOMILÍA MISA EXEQUIIAL  /  SRTA. VANIA MELINA  ARAYA  /  NOVIEMBRE  2017



Queridos hermanos: Don Alberto Godoy Jiménez y doña María Araya de Godoy; estimadas: Eyleen, Yennifer, Melani; y Matías. Queridos miembros del Colegio Alberto Hurtado.

Hace unos días veíamos por televisión la entrevista del hombre más anciano del mundo, que vive en Chile. Al ser consultado sobre cómo había llegado a cumplir casi ciento veinte  años. Respondió que para ello tomaba un vaso de Coca Cola al día. Si fuese tan fácil vivir tanto tiempo ¿Por qué no hacer todos lo mismo? Ciertamente, hace falta tener algo más que una gaseosa no para vivir más años sino para tener vida verdadera.

Bien sabemos que no es importante la cantidad de años que se cumplan sino la capacidad de fidelidad con Dios lo que valoriza –finalmente- nuestras acciones y palabras, tal como leemos en la Santa Biblia: “Vuestras obras os precederán”…”por sus frutos los conoceréis” (San Lucas VI, 43-44). En efecto, “en el atardecer de nuestra vida seremos juzgados por el amor” (San Juan de la Cruz).

Por una parte está el anhelo por alcanzar una vida trascendente y por otra la inminencia de constatar diariamente lo perecedero de nuestras acciones, las cuales en el contexto de los que son nuestros días insertos en el universo,  no pasan de ser un instante. Bellamente señala el salmista que nuestros días son como “flor del campo” (Salmo CIII, 15) un día está y al siguiente ya ha partido.

Todo lo que perciben nuestros sentidos es perecedero, tienen un comienzo que tempranamente indica su término. Las evidencias de nuestra vida pasajera son múltiples, una de las cuales es la que experimentamos al contemplar los ecos de la partida de un ser querido, con todo lo que ello implica.

De pronto, cuando creemos lo que por todas partes se nos anuncia, en orden a realizar nuestra vida como para definitivamente instalarnos en este mundo que pasa, despertamos y constatamos que realmente no es así, y que nuestra vida es un caminar breve que pasa por la apertura de la puerta que deja entrever la realidad que hoy nos ha convocado a este lugar sagrado: rezar por el eterno descanso de un ser querido.

Múltiples cuestionamientos surgen en nuestro corazón a esta hora. Asumiendo que no iremos un segundo antes ni después de lo que el Señor disponga, entendemos que no hay una época determinada para partir de este mundo, pues dependiendo de dónde nacemos hay más posibilidades de vivir más tiempo, de hecho hay treinta años más de vida en un continente en relación al que tiene menos y,  quienes llevamos un tiempo generoso en esta querida comunidad parroquial de barrio,  hemos visto en dos décadas morir a recién nacido, a niños pequeños, a adolescentes y jóvenes como es el caso de nuestra hermana Vania. Sin duda, los padres y mayores siempre pensamos partir antes que las generaciones que nos anteceden.

Es un hecho que hoy asumimos, pues,  la voluntad de Dios nos habla con la partida de la joven Vania, en orden a centrar nuestra vida en lo que no pasa de moda, en lo que no tiene límites, en lo que no tiene duración, es decir,  en el amor de Dios que siempre puede más, y que ha vencido de una vez para siempre el aparente poder omnímodo de la muerte.

Si hermanos: La muerte no tiene la última palabra, porque Cristo la venció al resucitar al tercer día y mostrarse vivo en medio nuestro,  tal como lo hizo ante sus discípulos el primer día de la semana.

Cada uno de los que estamos aquí podemos vernos reflejados en la actitud de quienes al tercer día del episodio del calvario vieron el sepulcro vacío: ellos “vieron y creyeron”, sus vidas tuvieron un cambio definitivo. Las dudas, las tristezas, los temores quedaron atrás una vez que vieron al Señor y le dejaron entrar en sus vidas, no de manera figurada sino “real y substancial” tal como acontece en cada celebración eucarística.

De modo especial, lo constatamos en el episodio de los jóvenes peregrinos de Emaús que develan su desazón ante los acontecimientos de aquel Viernes Santo…”van tres días y nada ha pasado y nada ha pasado”. Hoy, hemos visto transcurrir varios días desde que nuestra hermana salió de su hogar, y las lágrimas de dolor sólo pueden cambiar en nuestros ojos por la esperanza de la bienaventuranza prometida por Jesús en vistas a que “todo aquel que crea con fe vida vivirá para siempre”.

En la habitación de Vania hay un crucifijo artesanal, salido de las propias manos de ella. Un día en sus manos sostuvo este sencillo pero elocuente signo, que antaño fue de dolor y sufrimiento y que teniendo a Cristo pendiente en él se nos muestra como “estandarte de victoria” y “árbol de la vida” perenne.

Desde la cruz entendemos la vida humana en todos sus misterios, puesto que  Jesús es quien descifra nuestras dudas y responde a cada una de nuestras inquietudes. Por eso, con fuerza repetía Santa Teresa de Calcuta que “cuando una persona sufre no es alguien a quien Dios abandonó sino que es alguien en quien Dios habló”.

Y, ahora nos habla en vistas a edificar nuestras vidas colocando la presencia de Jesús y su Palabra en el primer lugar y en todas nuestras actividades. El Señor  no quiere ser un peregrino o forastero más que llegue ocasionalmente a nuestra vida,  sino que quiere “permanecer unido a nosotros”. ¡Huésped,  no visita!

Jesús nos habla para que aprendamos a crecer juntos en la fe, con el fin que su luz irradie lo más recóndito de nuestra conciencia e impregne con su fuerza tantos rincones de nuestra sociedad en los cuales  el nombre de Cristo permanece casi proscrito.

Asumamos a esta hora el desafío de dar a conocer un estilo de vida nuevo, donde nuestra realización pase por la gradual configuración con la persona de Jesucristo, hasta poder decir un día, junto con el Apóstol San Pablo: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas II, 20).

Así, revestidos de los sentimientos y acciones del Señor,  la pretensión de alzar un mundo separado de Dios será superada por la humilde pero perseverante confesión de fe que nos hable en la vida presente de aquella que es para siempre.

Entonces, el hecho de “pensar en el cielo” y “en la vida eterna” no es marginarse de la actualidad, como evadiéndola y menospreciándola,  sino, por el contrario, es darle su real importancia y trascendencia, hasta descubrir que en cada jornada, que en cada acción se juega nuestra eternidad, tal como nos recordaba el fundador de nuestro Colegio, San Alberto Hurtado: “La vida fue dada para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”.


En medio de esta búsqueda cada creyente está llamado a ser apoyo para los que vamos de camino, particularmente a los más débiles, a los más enfermos, a los más lejanos, haciendo realidad la invitación del Señor que “no vino a ser servido sino a servir” (San Marcos X, 45).

Nuestra hermana Vania, por la que rezamos hoy, fue presidenta de curso, para lo cual, en todo momento,  tuvo una actitud proactiva para lo cual: colaboraba en cuanto taller podía, organizaba diversos eventos, donde su identificación con el Colegio Alberto Hurtado estuvo signada por el espíritu de servicio que para ella fue permanentemente un imperativo.

Invoquemos a la Virgen María, ante cuya imagen patronal celebramos nuestra Misa de Exequias, y en cuyo manto protector de Nuestra Señora del  Perpetuo Socorro fue incorporada al sacramento del bautismo, que goce de la paz de los bienaventurados, tenga el Señor misericordia de sus faltas, y conceda consuelo espiritual a sus familiares y amigos que tan numerosamente –con tanta piedad y respeto-  la han querido acompañar con su plegaria y sacrificios en este día. ¡Que Viva Cristo Rey!

SRTA. VANIA ARAYA ( QEPD  +14/11/2017)






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